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Consecuencias (libre)
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Consecuencias (libre)
La tarde estaba cayendo lentamente, logrando que el cielo tomara una tonalidad de rojo violáceo maravillosa.
El bosque siempre había sido el único sitio que me daba paz, donde pocos pasaban, donde podía deleitarme con el silencio y hundirme en la más profunda soledad.
El bosque era el único que podía ampararme en aquél momento...
Ese mismo día, un par de horas antes, había tomado la determinación de acabar con todo eso. De volver a la vieja casa donde había crecido, donde había compartido tantos hermosos momentos, volvería a ver a mis padres y encontaría motivos para sonreír de vez en cuando.
Conforme me acercaba, los últimos días rondaban por mi mente, esos que habían sido tan nebulosos y sufridos. En los que no sabía quién era, qué hacer con mi vida, de dónde venía...cuál era mi destino.
Me sentía a la deriva, como atrapada en una balsa en un río interminable, sin cascadas ni mareas rápidas. Insoportablemente tranquilo, desolado, muerto. Y allí permanecería, flotando, sin emociones ni respuestas...para siempre.
No podía permitir que eso ocurriera, esas paredes que evocaban tantos recuerdos en mi mente estaban a centímetros de mí, a la hora de tocar la puerta.
Había cerrado los ojos, recordaba eso, mientras esperaba la respuesta a los golpes en la madera que había dado hace unos segundos.
Nadie abrió, nunca se atrevieron a abrir, pero distinguí sus voces detrás de la puerta.
-¿Papá...?-había intentado, pegando un oído sobre la madera, esperando que alguien abriera, que la tortura acabara de una vez - ¿Mamá...?
Nada. Silencio insoportable, y murmurllos sordos, cuchilleaban entre ellos, sobre mí.
No pude evitar visualizar sus rostros, sus muecas de horror el día que había entrado en fase frente a ellos, por falta de control.
-Lamento haberlos asustado. En serio, no fue mi intención -el tono de mi voz cada vez era más alto, y más agudo -, fue mi error, perdónenme. Ahora puedo controlarme. Sé controlarme.
Ni siquiera hubo susurros en este ocasión, sólo el eco inaudible de mis propias promesas vacías, resonando en mi cerebro.
-Sólo querían ver cómo estaban...hablarles, ver sus rostros. ¿Acaso no les importo?
Esa vez, no tardaron nada en responder.
-Por supuesto que sí.-había dicho mi padre.
-Claro que nos importas.-me aseguró mi madre, con la voz quebrada.
Un silencio largo correspondió a sus palabras, y la puerta nunca se abrió. No iba a quedarme a suplicar, la paciencia nunca fue mi virtud, me sentía humillada, y patética.
-Les importo, pero no lo suficiente para dejarme entrar.
Acto seguido, eché a correr. Lejos, y con toda la velocidad posible, para que el viento acallara mis pensamientos.
Mi vieja casa no era mi hogar, el castillo tampoco...¿Existiría mi hogar?
Y ahora allí estaba, en un punto muerto del bosque, abrazando mis rodillas y sintiendo las lágrimas cálidas y rebeldes escapar de mis ojos. Me temían, su reacción negativa había sido la única consecuencia a mis actos. No había razones para volver al castillo, sólo quedarme ahí, y, con suerte, perecer.
El bosque siempre había sido el único sitio que me daba paz, donde pocos pasaban, donde podía deleitarme con el silencio y hundirme en la más profunda soledad.
El bosque era el único que podía ampararme en aquél momento...
Ese mismo día, un par de horas antes, había tomado la determinación de acabar con todo eso. De volver a la vieja casa donde había crecido, donde había compartido tantos hermosos momentos, volvería a ver a mis padres y encontaría motivos para sonreír de vez en cuando.
Conforme me acercaba, los últimos días rondaban por mi mente, esos que habían sido tan nebulosos y sufridos. En los que no sabía quién era, qué hacer con mi vida, de dónde venía...cuál era mi destino.
Me sentía a la deriva, como atrapada en una balsa en un río interminable, sin cascadas ni mareas rápidas. Insoportablemente tranquilo, desolado, muerto. Y allí permanecería, flotando, sin emociones ni respuestas...para siempre.
No podía permitir que eso ocurriera, esas paredes que evocaban tantos recuerdos en mi mente estaban a centímetros de mí, a la hora de tocar la puerta.
Había cerrado los ojos, recordaba eso, mientras esperaba la respuesta a los golpes en la madera que había dado hace unos segundos.
Nadie abrió, nunca se atrevieron a abrir, pero distinguí sus voces detrás de la puerta.
-¿Papá...?-había intentado, pegando un oído sobre la madera, esperando que alguien abriera, que la tortura acabara de una vez - ¿Mamá...?
Nada. Silencio insoportable, y murmurllos sordos, cuchilleaban entre ellos, sobre mí.
No pude evitar visualizar sus rostros, sus muecas de horror el día que había entrado en fase frente a ellos, por falta de control.
-Lamento haberlos asustado. En serio, no fue mi intención -el tono de mi voz cada vez era más alto, y más agudo -, fue mi error, perdónenme. Ahora puedo controlarme. Sé controlarme.
Ni siquiera hubo susurros en este ocasión, sólo el eco inaudible de mis propias promesas vacías, resonando en mi cerebro.
-Sólo querían ver cómo estaban...hablarles, ver sus rostros. ¿Acaso no les importo?
Esa vez, no tardaron nada en responder.
-Por supuesto que sí.-había dicho mi padre.
-Claro que nos importas.-me aseguró mi madre, con la voz quebrada.
Un silencio largo correspondió a sus palabras, y la puerta nunca se abrió. No iba a quedarme a suplicar, la paciencia nunca fue mi virtud, me sentía humillada, y patética.
-Les importo, pero no lo suficiente para dejarme entrar.
Acto seguido, eché a correr. Lejos, y con toda la velocidad posible, para que el viento acallara mis pensamientos.
Mi vieja casa no era mi hogar, el castillo tampoco...¿Existiría mi hogar?
Y ahora allí estaba, en un punto muerto del bosque, abrazando mis rodillas y sintiendo las lágrimas cálidas y rebeldes escapar de mis ojos. Me temían, su reacción negativa había sido la única consecuencia a mis actos. No había razones para volver al castillo, sólo quedarme ahí, y, con suerte, perecer.
Diana Zehetner- Cantidad de envíos : 242
Medieval Points : 278
Reputación : 7
Edad : 37
Localización : En Alemania..
Re: Consecuencias (libre)
Ya era el tercer día que pasaba aquí, dentro de un lugar nuevo, un hogar. La familia que me tocó era tal como la esperaba, mas algo no me cuadraba. Todo estaba perfecto si no fuera porque el arduo olor a vampiro se hacia presente dentro y fuera del castillo. No mostraba sentimiento alguno al momento de tener que dar una opinión. Un as de poker. Todo daba igual, yo obedecía mis órdenes, mas la que no estaba de acuerdo jamás era Rebeca. Nombraban a las sanguijuelas y ella se ponía como loca. Me había contado algo de un enfrentamiento en el bosque, pero jamás terminaba con la historia. Algo le prohibía decírmelo, y no iba a obligarla. Pero esperaba que no viniera un día de estos con una mala noticia por parte de los superiores. Si algo le pasaba a mi hermana, nadie saldría vivo.
Mientras la cabeza se me llenaba de pensamientos mis pies no dejaban de deambular por el bosque en la caída del atardecer. Ya las calles estaban del todo recorridas y necesitaba tener una idea de lo extenso que podía ser el terreno. No era uno de mis lugares favoritos, pero lo prefería antes que sentir el ardor en la nariz por un aroma ajeno. Aunque…ese no fue el aroma que sentí. Algo extraño, mezcla de flores con humedad; llanto. Corrí con gran velocidad en busca de aquel aroma, de aquel cuerpo que profería lágrimas.
Esquivaba las ramas, acudiendo al lugar donde el aroma se volvía mas intenso. Trepé un árbol, quedándome allí un par de segundos, cerrando los ojos. Una joven, estaba seguro. Al contactar el lugar con precisión, fui en su búsqueda entre los árboles, en los picos altos. Tenia mejor visión, mejor olfato libre de tierra. No sabía porque acudía con tanta velocidad, pero no podía controlar mis pies. Fue cuando la vi…
La joven rubia, Lycan, en medio del bosque, abrazando sus rodillas, llorando sin control. De un salto dejé la copa del árbol, cayendo a varios pasos de ella. Caminé con lentitud hasta llegar a su lado, inclinando un poco la cabeza para verla. Se me partía el alma en dos. Me arrodillé a su lado, colocando una de mis manos sobre la piel de sus manos, las cuales estaban firmemente pegadas a sus piernas.
-¿Por qué lloras?- Genial, que pregunta mas estúpida. Lo primero que se me ocurrió y lo primero que quería saber. Y que las lágrimas dejaran de arruinar su rostro a pesar de que no lo veía. ¿Estaba preocupado? Pero, si en toda mi vida me habían importado poco y nada los demás. Extraño…
Una de mis manos viajó a su rubio cabello para lograr acariciarlo un poco, intentando calmarla. Lo más probable era que la joven empezara a los mordiscones hacia mi persona cuando se percatara de la extraña acción de un extraño. Mas, no me sentía dueño de mi cuerpo. O si, si…sabía cada cosa que hacia pero no quería ponerme a buscar las razones. Solo quería y ya, punto final.
Mientras la cabeza se me llenaba de pensamientos mis pies no dejaban de deambular por el bosque en la caída del atardecer. Ya las calles estaban del todo recorridas y necesitaba tener una idea de lo extenso que podía ser el terreno. No era uno de mis lugares favoritos, pero lo prefería antes que sentir el ardor en la nariz por un aroma ajeno. Aunque…ese no fue el aroma que sentí. Algo extraño, mezcla de flores con humedad; llanto. Corrí con gran velocidad en busca de aquel aroma, de aquel cuerpo que profería lágrimas.
Esquivaba las ramas, acudiendo al lugar donde el aroma se volvía mas intenso. Trepé un árbol, quedándome allí un par de segundos, cerrando los ojos. Una joven, estaba seguro. Al contactar el lugar con precisión, fui en su búsqueda entre los árboles, en los picos altos. Tenia mejor visión, mejor olfato libre de tierra. No sabía porque acudía con tanta velocidad, pero no podía controlar mis pies. Fue cuando la vi…
La joven rubia, Lycan, en medio del bosque, abrazando sus rodillas, llorando sin control. De un salto dejé la copa del árbol, cayendo a varios pasos de ella. Caminé con lentitud hasta llegar a su lado, inclinando un poco la cabeza para verla. Se me partía el alma en dos. Me arrodillé a su lado, colocando una de mis manos sobre la piel de sus manos, las cuales estaban firmemente pegadas a sus piernas.
-¿Por qué lloras?- Genial, que pregunta mas estúpida. Lo primero que se me ocurrió y lo primero que quería saber. Y que las lágrimas dejaran de arruinar su rostro a pesar de que no lo veía. ¿Estaba preocupado? Pero, si en toda mi vida me habían importado poco y nada los demás. Extraño…
Una de mis manos viajó a su rubio cabello para lograr acariciarlo un poco, intentando calmarla. Lo más probable era que la joven empezara a los mordiscones hacia mi persona cuando se percatara de la extraña acción de un extraño. Mas, no me sentía dueño de mi cuerpo. O si, si…sabía cada cosa que hacia pero no quería ponerme a buscar las razones. Solo quería y ya, punto final.
Zachary Swells- Cantidad de envíos : 21
Medieval Points : 25
Reputación : 5
Edad : 38
Localización : Alemania.
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